En plenas vacaciones de Semana Santa muchos niños empiezan a quejarse porque se aburren. Al parecer no todo es diversión y se ha comprobado que muchos niños echan de menos las clases y a sus compañeros.
Al llegar estas vacaciones (y con las de verano pasa igual), los niños dejan de lado sus apretadas agendas y cuentan con una gran cantidad de tiempo libre que muchos no saben cómo llenar.
Muchos padres siguen trabajando, los que se quedan en casa con los niños se quedan pronto sin ideas y la consecuencia es que los niños acaban aburriéndose.
El problema es de los padres, pero lo es también de los niños. Es muy difícil llenar los días de los pequeños con actividades y juegos que les gusten y es fácil llegar al punto de “no sé qué más podemos hacer”.
Por una parte digo que el problema es de los niños porque los padres deben llenar el tiempo de los hijos, cuando lo normal sería que la mayor parte del tiempo libre lo gestionaran ellos mismos.
Son ellos los que tendrían que inventar juegos y situaciones y pasar el tiempo libre desarrollando su creatividad y su imaginación sin la necesidad de que el juego fuera dirigido.
Por otra parte digo que el problema es también de los padres porque esta situación, en que los niños se aburren porque no saben a qué jugar, viene dada por el exceso de control de los horarios de los pequeños por parte de la sociedad y de los padres y por el nivel de dependencia que acaban adquiriendo los niños, que se acostumbran a hacer lo que se espera de ellos y lo que se ha planeado para ellos.
Y el aburrimiento, ¿es bueno o es malo?
Lo mejor es que no se aburran demasiado, pero el tiempo libre es oro y los niños deben aprender a valorarlo.
Lo ideal es no llenar las agendas de las vacaciones de los niños de actividades y juegos y dejarles tiempo para “no hacer nada”. Como mucho, si realmente no sale de ellos ningún juego, iniciar algunas actividades para que ellos las continúen y estar a su lado para jugar con ellos permitiendo que cambien las reglas o el juego si así lo desean.
¿No hacer nada?
Suena raro, pero pensad por un momento a cuántos nos cuenta “no hacer nada”. Vivimos cegados por las actividades, por las obligaciones, por nuestras responsabilidades. ¿Qué pasaría si alguien nos dijera “ahora no hagas nada”? Probablemente no sabríamos.
En un momento social en que no hacer nada está mal visto (los que no hacen nada son unos vagos, ¿no?) debemos ofrecer a los niños momentos de “no hacer nada” para que piensen en ellos mismos, se conozcan un poco más y para que del “no hacer nada” salgan aquellas cosas que les interesen.
En otras palabras: es bueno que se aburran un poco para que ellos mismos desarrollen la creatividad y busquen juegos que les gusten y estimulen.
Si se aburren demasiado y no saben llenar su tiempo libre, probablemente dependen de los padres más de lo que deberían.
Vía | Telecinco.
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