Desgraciadamente los adultos no somos, por mucho que queramos, perfectos. Tenemos un ego muy fuerte que reclama su espacio y se quiere imponer, pecamos de soberbia y somos, en ocasiones, incapaces de dialogar o llegar a acuerdos con los que piensan diferente. Rara vez, cuando discutimos con un amigo, estamos libres de haber cometido también nuestros propios errores pero nos cuesta mucho reconocerlo.
Todos hemos perdido un buen amigo por un malentendido que no supimos reconducir y dejamos que una persona a la que queríamos, aunque hubieramos discutido o nos hubiera hecho daño, alejarse de nosotros para siempre.
Seguimos, aunque nos esforcemos en mejorar, creando diferencias y metiendonos en disputas que terminan con un enfrentamiento irreconcilable o con un alejamiento y frialdad. Es una pena, podemos mejorar, pero sobre todo debemos aprender a que esos problemas de adultos no se proyecten en los niños.
Conflictos de adultos
Cuando hemos tenido una buena relación con alguien o compartimos, por ejemplo, las reuniones de la puerta del colegio o de algún grupo social, nuestros hijos se acercan y se hacen amigos. Luego, si aparece un conflicto que los adultos no sabemos resolver, tendemos a proyectar esos problemas entre los adultos en los niños. Y ellos, se quedan sin un amigo con el que habían compartido muy buenos ratos.
Deberíamos saber que delante de los niños no es conveniente hablar mal de nadie ni transmitirles juicios negativos, aunque a veces, inevitablemente, deseamos protegerlos y los alejamos de las personas que nos han dañado o nos han decepcionado.
Todo lo contrario, el mejor ejemplo que podemos ofrecer a nuestros hijos es demostrarles que no nos dejamos llevar por la rabia, el ego o el enfado, que somos capaces de acercarnos de nuevo al amigo que nos ha decepcionado explicándole, sin reproches ni malos modos, que nos hizo daño, reclamando nuestro espacio, pero desde una actitud abierta hacia las razones del otro.
Conflictos de niños
Incluso, si la disputa empezó por una discusión entre los niños, tomamos partido, impidiendo que sean ellos, de forma natural, con su inocencia y su falta de rencor, quienes resuelvan por si mismos los conflictos y se acerquen de nuevo.
Supongo que es muy complicado, a todos nos duelen nuestros hijos y deseamos protegerlos para que nada los dañe, pero cuando impedimos que ellos mismos limen sus desavencias y recuperen la relación con sus amigos, aunque los adultos seamos incapaces de hacerlo nosotros, no les estamos haciendo un favor.
Si nosotros no somos capaces de dialogar, y siempre que podemos valorar lo que la relación les ofreció de positivo a los niños, es mejor dejar que ellos encuentren su camino, reforzando su autoestima pero tampoco fomentando que se crean dueños de toda razón. Excepto en casos de agresiones o maltrato evidente, suele ser bueno darles un margen de confianza.
Si ellos quieren estar juntos, desde la observación consciente y atenta, es preferible dejar que reconstruyan su relación sin impedirla taxativamente, pero dándoles herramientas para que detecten si el problema fue puntual o es, realmente, una relación destructiva o perjudicial.
Por supuesto, no debemos permitir el acoso escolar, ni que nuestros hijos tomen una actitud sumisa ante las agresiones, pero si dejarles resolver sus conflictos personales para que aprendan a no comenter el mismo tipo de errores que a los adultos tanto nos pesan.
Es una de las ocasiones en las que los niños suelen ser más sabios, más humildes y más positivos que nosotros. Ellos perdonan y siguen adelante, y son capaces de remontar dificultades sin dejar que un conflicto acabe con su amistad. ¿No merece la pena aprender a no proyectar en los niños los problemas de los adultos?
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