jueves, 24 de febrero de 2011
miércoles, 23 de febrero de 2011
Papás que no dejan de fumar
Cada cierto tiempo aparece en los medios algún estudio descriptivo en el que se dice que tropecientas mujeres siguen fumando pese a estar embarazadas. Se da la información, se explican los riesgos y se les recomienda que lo dejen cuanto antes por el bien de sus bebés.
Sin embargo, nunca, nunca, nunca se habla del padre (o la pareja) y nadie se acuerda de él en dichas recomendaciones, quizás por eso de pensar que “si lo deja ella, lo dejará él también para apoyarla”.
El caso es que como enfermero me encuentro muchas (demasiadas) veces con madres que explican que al quedarse embarazadas, o incluso antes, dejaron de fumar y que siguen sin hacerlo después de haber parido y al preguntar sobre esta cuestión a los maridos, responden tan tranquilos que no, que ellos no dejaron de fumar, y que siguen haciéndolo al ser padres, porque “cuesta mucho dejarlo”.
No lo dudo, no soy fumador ni lo he sido nunca, pero no lo dudo. Sin embargo en una situación como la mencionada, en que tanto el padre como la madre son fumadores, a ambos les cuesta horrores dejarlo y sin embargo sólo la madre obra de manera responsable.
Los padres actúan de un modo totalmente egoísta al no pensar ni en la madre (sabiendo lo difícil que puede ser para ella dejar de fumar, poco le ayudas tú si sigues fumando), ni en el bebé (quieras que no, la futura madre se convertirá en fumadora pasiva porque mucho o poco, acabará inhalando tu humo).
El niño nace y aparecen por la consulta del pediatra y la enfermera que al realizar las preguntas de rigor se da cuenta de que el papá fuma. Se le recomienda que lo deje, por su bien, pero sobretodo por el de su bebé, se le explica que cuando uno de los padres fuma no debería dormir en la misma habitación que el bebé, al menos hasta las 14 semanas, porque el riesgo de Síndrome de Muerte Súbita del Lactante (SMSL) aumenta por este motivo.
Uno espera que quizás en ese momento los padres tomen conciencia y hagan por su bebé el esfuerzo que no hicieron en su día por su mujer. Sin embargo vuelven a la revisión al mes, a los dos meses, a los tres y no falla, salen por la puerta del centro de atención primaria y papá se enciende un cigarrillo. En fin…
Foto | Danieljordahl en Flickr
En Bebés y más | El consumo de alcohol y tabaco del padre aumenta riesgo de leucemia en el bebé, Tabaco y muerte súbita, una cuestión de despertares, El tabaquismo pasivo aumenta el riesgo de enfermedades bacterianas invasivas en niños
La importancia del juego libre
Durante la infancia, el niño vive en una fase en la que el juego libre debe ser su actividad principal. Jugar es aprender, a través del juego el niño comprende el mundo y se comprende a sí mismo. Por eso, es esencial entender la importancia del juego libre para el desarrollo del niño.
El juego libre consiste en jugar con su cuerpo, con juguetes, manipular objetos, poder moverse guiados por su propio instinto y por su curiosidad innata. Sin reglas, sin límites ni rigideces.
Durante los primeros años de vida el juego debe ser libre y espontáneo surgido a partir de su propia iniciativa, no dirigido por el adulto. Esto no quiere decir que el niño deba jugar solo, por el contrario, la compañía de los padres en el juego, sin agobios, a su ritmo, les proporciona un apoyo emocional fundamental para su desarrollo.
Como decíamos antes, el juego en la infancia no es sólo entretenimiento, sino que sobre todo es aprendizaje. Los niños utilizan el juego para construir su propia identidad y subjetividad. A través del juego aprenden a relacionarse con los demás y con el mundo que les rodea.
Juego libre sin directivas de los adultos
Jugar libremente ofrece innumerables alternativas de juegos donde los niños eligen el desafío que más les interesa.
Escogen con qué jugar, dónde jugar y organizan sus tiempos. Dan rienda suelta a la imaginación y arman sus propios proyectos de juego sin mediar los adultos, haciendo que asuman sus propias decisiones y por ende, fortaleciendo su autoestima.
El juego libre puede ser individual, en el que el niño escoge libremente hacer algo de acuerdo a sus necesidades internas, sin recibir ningún tipo de directriz por parte del adulto, o bien puede surgir el deseo de unirse a otro u otros niños, lo cual contribuye al desarrollo de una conducta social positiva, a la vez que refuerza la identidad personal y la autoestima.
El placer de jugar
Si nos preguntamos por qué juegan los niños, la respuesta es porque les apetece. El juego es (y debe ser) una actividad placentera en sí misma. No lo hacen porque deban, ni por una recompensa, sino porque quieren.
Para los niños jugar es gratificante pues libera su capacidad creadora sin ataduras. Ahora quieren jugar a correr, ahora a la casita y luego a médicos, a su forma y con sus propias reglas.
Es una pena que los niños jueguen cada vez menos, pues significa que están perdiendo la necesidad de buscar ese placer que les brinda el juego, o buscándolo en ocasiones en otras cosas.
A su ritmo
En la actualidad, pareciera que los niños desde que nacen van quemando etapas. En gran parte por culpa de los adultos que buscamos satisfacer a través de nuestros hijos nuestras propias expectativas.
Es importante que los niños crezcan a su ritmo y desde luego que también jueguen a su ritmo. El exceso de estímulos, la sobrecarga de actividades y las prisas difícilmente ayudan pues el cerebro en desarrollo del niño necesita su tiempo para procesar lo aprendido a través del juego.
Respetar sus tiempos es entonces primordial para su desarrollo y para que el aprendizaje que aporta el juego se consolide.
La importancia del juego libre
En conclusión, el juego que tiene lugar en la etapa infantil es el pilar sobre el que se sostienen luego otras habilidades como la imaginación, la creatividad, la perseverancia, el esfuerzo, etc. De ahí la importancia del juego libre.
Permitirles experimentar esta fase lúdica de los primeros años libremente, dando espacio a la creatividad, y conteniéndoles pero sin entrometernos, contribuirá a construir una personalidad sólida, basada en la autoestima y en la capacidad para llevar a cabo actividades y resolver conflictos más complejos a lo largo de la vida.
Foto | Frédéric de Villamil y lecates en Flickr
En Bebés y más | Maneras de jugar, La importancia del juego (y del humor) para la sociedad
domingo, 13 de febrero de 2011
Los niños peor alimentados son menos inteligentes
La alimentación no sólo es básica para un buen nivel físico, la inteligencia también está vinculada en cierta manera a lo que comemos, y cómo “alimentamos” al cerebro. Un nuevo estudio ha revelado que los niños con mayor grado de consumo de alimentos altos en grasas, azúcares y procesados presentan cocientes intelectuales más bajos.
El estudio, realizado por científicos de la Universidad de Bristol, en el Reino Unido, revela así mismo que los efectos cognitivos derivados de los hábitos de alimentación presentes en los tres primeros años del niño persisten posteriormente, aunque dichos hábitos hayan sido modificados más tarde.
Para el estudio se utilizaron datos del Avon Longitudinal Study of Parents and Children (ALSPAC), en el que se registró información sobre la salud y el bienestar de 14.000 niños nacidos entre 1991 y 1992, y también la Escala de Inteligencia de Wechsler para Niños, con la que se midió el CI de los niños analizados cuando éstos tenían ocho años y medio.
Los resultados obtenidos demostraron que los niños que, hasta los tres años, habían seguido una dieta con predominio de alimentos procesados, presentaban una reducción de 1,6 puntos en el CI. Por el contrario, una dieta saludable a los tres años supuso hasta 1,2 puntos de ascenso en el cociente intelectual de los pequeños.
En la investigación se constató que unos buenos hábitos alimenticios de los niños pequeños (arroz, pasta, pescado, fruta, verdura…) estaban relacionados con un mayor CI.
La explicación radica en que el cerebro crece rápidamente durante los tres primeros años de vida, por lo que es posible que una buena nutrición durante este periodo resulte crucial para el óptimo desarrollo del cerebro.
Por todo ello, pero sobre todo porque queremos que nuestros hijos crezcan sanos, os recordamos el decálogo para una alimentación infantil sana.
De modo que la denominada “comida basura” o “comida chatarra”, los alimentos procesados, altos en grasas y azúcares podrían influir en la inteligencia de los niños, impidiendo un mejor desarrollo, aunque es evidente que otros muchos aspectos influyen en este ámbito.
Vía | Tendencias 21
Más información | Journal of Epidemiol and Community Health
Foto | Joe_13, Flicker Licencia CC
En Bebés y más | Errores comunes en la alimentación de niños “mal comedores”, Educa el sentido del gusto de tu hijo, Si no le gusta la verdura es por instinto
El caracol Serafín, web educativa para niñ@s con deficiencias visuales
“El caracol Serafín” es un juego didáctico multimedia especialmente elaborado para niñas y niños con ceguera o deficiencia visual por la Organización Nacional de Ciegos Españoles (ONCE), aunque es muy adecuada para cualquier niño pequeño.
El programa consta de un cuento interactivo, en cuatro capítulos, y de 17 juegos con los que podrán disfrutar los alumnos de Educación infantil y primer ciclo de Educación primaria.
La web, de carácter lúdico y motivador, cuenta con la narración en todos los apartados para facilitar la interacción del niño. Hay juegos muy diversos, como una carrera de caracoles, salto de obstáculos, el escondite con animales, la “Ludoteca braille: puntos mágicos”...
Vamos conociendo a los amigos del caracol Serafín, su madre Rosarito, un colibrí, una tortuga, la gata Pancha y el niño Miguel. Todos se van presentando con animadas canciones.
Los cuentos se pueden leer-escuchar por capítulos o enteros, con grandes dibujos y poco texto, adecuado al nivel de los pequeños. Se pueden escoger idiomas, entre todos los oficiales de España y también el inglés.
Y aunque la web fue creada como decimos para niños con problemas visuales, nada impide que la puedan disfrutar todos los niños pequeños a partir de los tres años, tanto para jugar como para escuchar los cuentos, pues el diseño de las páginas es muy ameno y las actividades muy sencillas.
El programa educativo para niños con deficiencias visuales “El caracol Serafín” se llevó el segundo premio de materiales educativos 2009, y se puede encontrar y descargar desde la web del Ministerio de Educación.
Sitio Oficial | Ministerio de Educación
En Bebés y más | Childtopia: web con recursos educativos infantiles, Educastur, página educativa para los más pequeños, Descubriendo.org: web educativa para los peques, Pequetic, interesante recurso para Educación Infantil
Por qué algunos niños de hoy en día acaban siendo adolescentes problemáticos
Mucha gente se pregunta qué es lo que hace que muchos niños de hoy en día tengan un comportamiento censurable en la adolescencia. Ante esta pregunta unos dicen que es la falta de autoritarismo, otros que es el exceso de permisividad y otros (entre los que me hallo), que lo que faltan son padres que pasen tiempo con sus hijos. No es que los demás no tengan cierto grado de razón, es que se quedan en la superficie.
El autoritarismo como método educativo
Volver al modelo de educación autoritario, típico de épocas anteriores, donde los padres ejercen su autoridad porque sí, utilizando la violencia física y psicológica, los gritos, las amenazas y los castigos no es la solución, porque aunque es posible controlar los actos de los niños, consiguiendo que en el futuro sean adolescentes y adultos con un sentido de la responsabilidad tal que se considere dicha educación como un éxito relativo, muchos niños se rebelan ante lo que consideran injusto (“porque lo digo yo y punto”, “es por tu bien”, “no me contestes”, “mientras vivas bajo mi techo”), llegando a suceder precisamente aquello que se trataba evitar, que el niño acabe enfrentado a sus padres. Además, muchos (la mayoría) de los adultos que se consideran personas responsables (ejemplos del “éxito” del autoritarismo), arrastran (arrastramos) serios problemas de autoestima y de capacidad de decisión.
Cuando has crecido en un ambiente en el que tu opinión no importa demasiado, tus actos deben entrar dentro de un estrecho margen creado por tus padres y acabas haciendo sólo lo que a ellos les parece bien y desechando lo que les parece mal, cuando crees que estás haciendo algo bien y el resultado es una bronca tal que acabas asustado, arrinconado en tu habitación gestionando solo esas emociones negativas, que no sabes cómo superar, acabas por entregarte por completo al poder de tus padres diciéndoles: “Vale papá, mamá, como yo no sé, decidme cómo hacerlo. No quiero equivocarme. No quiero sufrir más”.
A partir de ese momento creces como un autómata, haciendo solo lo que los demás esperan de ti y corrigiendo en el acto aquello que ves que no va a ser bien recibido. Así el niño se hace adolescente y finalmente adulto, centrado siempre en la búsqueda constante de una referencia que le siga diciendo qué está bien y qué no. Los padres siguen siendo esa referencia (a veces incluso cuando los hijos ya no viven con ellos), lo son los profesores, lo son los jefes, lo son los compañeros de clase que ejercen de líderes de grupo (para bien o para mal) y lo son las parejas por las que van pasando, hasta que encuentran a una capaz de tomar las decisiones que estos niños (ya adultos) no saben tomar por sí mismos.
La permisividad como método educativo
Muchos adultos de hoy en día, hijos de padres autoritarios, decidieron en algún momento de su vida no repetir el modelo educativo de sus padres y dejar hacer a los niños todo aquello que ellos no pudieron hacer. Digamos que podría ser algo así como volver a vivir la vida de niño, a través de los hijos, desquitándose de todo aquello que no pudieron vivir, disfrutando la vida al máximo, sin normas, sin límites, abarcándolo todo y a todos,...
El problema es que la permisividad no es un método educativo. La permisividad absoluta es dejar a los niños a su libre albedrío, en un mundo sin normas ni valores. Eso no es educar, eso es ser un padre irresponsable y eso es jugar con fuego, porque quizás algún niño sea capaz de aprender a comportarse según algún modelo externo (que no sean sus padres), pero muchos aprenderán a hacerlo del mismo modo que sus progenitores: pasando de todo.
Así los padres consiguen que los niños antepongan sus deseos y sus necesidades siempre, incluso cuando ya no son bebés, a las de los demás. Esto no tiene por qué ser un problema per se, pues quizás la máxima aspiración de un niño sea tener comida en la mesa cuando tenga hambre, un lugar donde acudir a aprender y donde hacer amigos, un hogar en el que dormir resguardado del frío y algunos juguetes para aprender y desarrollarse. Sin embargo esto no suele ser así, y en un clima en el que los padres no respetan a sus hijos, porque no les inculcan valores (si les respetaran les educarían) los niños pueden aprender a no respetar a los demás y a utilizar las libertades, propias y ajenas, para su único beneficio.
Como veis, este modelo educativo tampoco es adecuado.
El problema es que los niños crecen “sin padres”
He dicho que lo que sucede es que lo que faltan son padres que pasen tiempo con sus hijos. Esta afirmación es reduccionista y deja de lado un problema que es mucho más amplio y que deberíamos considerar multifactorial, ya que a un niño lo educan sus padres, sus familiares directos, la televisión, los amigos, la profesora, la cajera del supermercado, el que tira un papel al suelo en medio de la calle, el amigo de papá que dice que los moros deberían quedarse en su país, el vecino que da portazos a diestro y siniestro gritando como un poseso, la madre del niño del parque que le permite pegar a tu hijo “porque son cosas de niños” y la señora que se le acerca a decirle que le va a robar a su hermanito o que se lo va a llevar secuestrado (y paro, que no acabaría nunca).
Como veis, son muchos factores, pero hay uno que sobresale entre todos, que es la falta de padres: los niños de hoy en día crecen sin padres, porque sus padres no pasan apenas tiempo con sus hijos.
Por eso digo que aquellos que abogan por el autoritarismo o que simplemente critican el modelo permisivo se quedan en la superficie. No es que los padres hagan A, B o C, es que los padres no están para educar a sus hijos.
Los padres autoritarios sí están, en cierto modo, (estos al menos les educan, a su modo, pero les educan), sin embargo los niños, como ya he dicho antes, acaban creando la distancia ellos mismos, por su propia seguridad emocional, a medida que crecen. De pequeños lo perdonan todo, pero cuando empiezan a ser más conscientes tratan de huir en cierto modo para evitar hacer algo que moleste (“si papá no me ve, difícilmente censurará lo que estoy haciendo”). Si son padres que trabajan mucho, como la mayoría, y ven poco a sus hijos, imaginad la (poca) relación. Yo, hijo de padre autoritario, recuerdo correr escaleras arriba cuando oía que venía mi padre hacia las seis de la tarde, y eso que no le había visto en todo el día. No por miedo, sino por costumbre.
Los padres permisivos no están. Estos da igual que trabajen o no trabajen, porque estén donde estén, no educan a sus hijos. Los niños, que merecen cariño, respeto y alguien que les aporte seguridad y ejemplo, acaban por hacerse a sí mismos desde la falta, desde la carencia y el resultado difícilmente sea bueno.
Finalmente quedan los padres que sí intentan educar a sus hijos, pero que por la razón que sea no están el tiempo suficiente con ellos. Ayer mismo se publicaba en los medios una noticia que decía que los padres no juegan con sus hijos porque no tienen tiempo y en diversas ocasiones hemos comentado en Bebés y más que los padres pasan menos tiempo con sus hijos del que debieran, o dicho de otro modo, los niños están menos tiempo con sus padres del que necesitan.
Esto hace que crezcan con una extraña sensación de carencia (ellos no conocen otra cosa, así que no pueden compararse) y de falta de referente, que puede afectar a su desarrollo emocional en forma de falta de autoestima.
Cuando se realizan entrevistas a niños adolescentes problemáticos, tarde o temprano se halla un problema en la relación entre padres e hijos. La falta de comunicación y la falta de confianza (herencia de la falta de tiempo compartido en la niñez) son probablemente el mayor problema. Los chicos y chicas, tras eliminar las primeras capas de rebeldía (“yo soy así y así seguiré, nunca cambiaré”) y una vez llegan a explicar lo que sienten realmente, suelen decir que “a mis padres les da igual lo que haga, como siempre”, que “mis padres nunca están en casa cuando les necesito, así que ahora no va a ser diferente” o que “a mis padres no les importo, de hecho nunca les he importado, siempre se han quejado por todo lo que he hecho, todo les parece mal”, por poner algunos ejemplos.
Esto no es matemático, por supuesto. Hay padres que con poco tiempo hacen maravillas, simplemente respetando a sus hijos y aprovechando los ratitos diarios y los fines de semana para demostrar a sus hijos que son parte activa de su mundo (del de los padres), que son importantes para ellos y que dan gracias (a Dios, al cielo o a la vida) por tenerles.
El problema es cuando los padres no están cuando trabajan y no están cuando no trabajan. Por culpa de esto muchos adolescentes de hoy andan perdidos y por eso acaban algunos siendo los llamados “ninis” (ni estudio, ni trabajo), porque rechazan todo aquello que sus padres parecen valorar más que a sus hijos (“mis padres estudiaron mucho para trabajar mucho y a mí no me hacen caso… yo no quiero esta vida”) y por eso pierden el respeto de los adultos, que creen saberlo todo y creen ser “mejores que nosotros, los jóvenes”, sin serlo realmente.
No todo está perdido
No todo está perdido, porque no todos los adolescentes se emborrachan, se drogan, se suicidan ni son delincuentes en potencia y, en cualquier caso, también muchos de los adultos responsables que cumplen cada día con sus obligaciones fueron adolescentes problemáticos.
Sin embargo sí son muchos los niños que hoy en día están más solos de lo que debieran y sí son muchos los padres que apenas comparten tiempo y diálogo con sus hijos.
Conocido el problema, se conoce la solución: más tiempo con los hijos. No todo está perdido porque los adultos tenemos en nuestras manos el futuro de nuestros hijos y, como personas responsables y experimentadas, somos capaces de buscar soluciones que beneficien a nuestros hijos.
Yo, en lo personal, ya estoy educando a mi hijo en un clima de respeto y confianza, no para que sea así o asá, sino porque creo que, como persona, debo tratarle así. Respeto no es permisividad, sino dejar hacer lo que quiera hacer cuando pueda hacerlo e inculcar unas normas y unos valores cuando no pueda hacerlo y, sobretodo, enseñarle a amar su libertad y a respetar la libertad de los demás.
Foto | Lance Shields en Flickr
Imágenes | E-Faro (I), (II) y (III)
En Bebés y más | Más tiempo con los hijos, ¿Tiempo de calidad o cantidad de tiempo?, ¿No tenemos tiempo para los hijos?, Los primeros seis años son vitales para el desarrollo emocional, según Punset
Niñ@s sin límites
Ya he explicado que yo soy una madre que no acepta los castigos, ni la superioridad del adulto que exige ser obedecido por serlo, ni mucho menos cualquier manifestación de violencia física hacia los niños.
Todo lo contrario, soy, aparentemente, una madre muy permisiva, que negocia y permite que el niño se haga responsable y dueño de su vida. Sin embargo, por mucho que defienda los derechos de los niños, sus necesidades y lo que viene en llamarse “crianza de apego” no defiendo la crianza de niños sin límites.
Los límites en una crianza empática
Los límites son necesarios, indispensables. Los límites son físicos, son una premisa para la seguridad de todos y para el bienestar emocional de uno mismo y de los que nos rodean. Por eso considero muy importante que los padres que quieren educar con respeto, empatía y dulzura, sepan también que una de las cosas más importantes que deben saber hacer es poner límites.
Los límites son el respeto
Y este es un límite no arbitrario. El respetar el derecho de los demás y no ejercer nuestra libertad o capricho sobre los derechos de los otros. Nuestro bienestar real forma parte del bienestar de los otros.
Los límites son el respeto. Con un bebé los límites son diferentes, pues el bebé es pura necesidad. Necesita el pecho, aunque consideremos que ha comido bastante. Necesita nuestros brazos y nuestra compañía en la vigilia y en el sueño. En esa etapa, nuestras necesidades son menos importantes, pues el bebé puede necesitarnos a costa de nuestro descanso. Pero incluso entonces debemos ser conscientes de lo que necesitamos también nosotros y tratar de comunicarselo con dulzura y empatía.
Sin embargo, a medida que crece el niño y va comprendiendo el lenguaje, la educación que le vamos a dar los padres es fundamental, tanto hacerla de manera respetuosa y no ejerciendo una autoridad incuestionable o imponiéndola con castigos, gritos o golpes, como el transmitir también nuestras necesidades, pues solamente mediante úna guía responsable y coherente conseguiremos que el niño sea realmente empático y sepa respetarnos como personas con los mismos derechos que ellos.
Criar sin azotes no es criar sin límites
Educar sin azotes, educar con respeto, no es ser esclavos del niño, plegarnos a sus caprichos más peregrinos o permitir que nos falta a nosotros o a otras personas al respeto. Si no se pega, no se pega. Es decir, nosotros no pegaremos, pero tampoco podemos consentir que el niño pegue, o insulte o manifieste sus caprichos de manera agresiva.
La diferencia estriba en saber distinguir lo que es necesidad primaria y lo que es una necesidad reflejada, algo que merece un tema más extenso. Pero, resumiendo, un niño no necesita hincharse a helados o bollos, no necesita correr por un restaurante molestando a camareros y comensales, no necesita machacar a los otros niños o a sus padres con gritos o enfados si no se cumplen todos sus deseos.
Tan triste me parece el niño que nunca puede ser un niño y correr en libertad por miedo a un cachete o a un insulto como el niño que crece sin entender que relacionarse con los demás supone un ejercicio de responsabilidad y empatía bilateral.
Sin chantajes ni etiquetas, también es nuestra obligación, igual que nos ponemos en su piel y entendemos sus sentimientos, explicarle el nombre de estos y como funcionan en las otras personas. Si nos molesta que grite o ponga la televisión a todo volúmen debemos explicarlo sin perder la paciencia, desde pequeños, para que crezcan como personas completas y seguras.
La seguridad se cimenta en la confianza
La seguridad del niño y la confianza en sus padres se cimenta en la empatía mutua, paulatinamente educando en la reciprocidad y el entendimiento de que ni somos los adultos los que nos imponemos en nuestros deseos siempre ni los niños tienen derecho a molestar a los demás por el hecho de serlo.
Educar en empatía no es educar sin límites ni convertir a los niños en salvajes egoístas, sino todo lo contrario, ayudarles a ser responsables de sus actos y respetuosos con los demás.
Los límites físicos son comprensibles y los niños los asumen por experiencia. Los límites en el comportamiento se aprenden del ejemplo y de la coherencia, no dándoles carta blanca para cualquier comportamiento por muy molesto que sea, sino exponiendo las razones por las que hay un lugar y un sitio para todo. No debemos temer poner límites a los comportamientos inadecuados, con paciencia y sin violencia, pero hay que ponerlos y explicarlos.
No podemos confundir educar con respeto con educar niños sin límites, pues precisamente educar es formar personas responsables que sepan respetar a los demás y entenderlos, empezando por respetarlos y entenderlos nosotros, pero no quedándonos en eso y dejando que la naturaleza siga su curso sin control.
En Bebés y más | Emociones, la asignatura pendiente, 10 cosas que yo le permito hacer a mi hijo, “Inocencia radical”, un libro de Elsa Punset, Diez cosas que queréis que aprendan vuestros hijos, Criar sin azotes: comunicación positiva VI, V, III, II, I
domingo, 6 de febrero de 2011
La mayoría de los niños empiezan la escuela infantil antes del año
Según los resultados de la encuesta, la mayoría de los niños empiezan la escuela infantil antes del año de edad y el principal motivo es la incorporación de la madre al trabajo.
Un 36 por ciento de los pequeños empiezan antes del año. Concretamente lo hacen un 19 por ciento entre los 4 y los 6 meses, período en el que finaliza la baja por maternidad, un 16 por ciento entre los 7 y los 11 meses, mientras que el 1 por ciento restante ha empezado antes de los cuatro meses.
Un 32 por ciento empiezan entre el año y los dos años de edad, sin grandes diferencias dentro de este período. Vemos que un 12 por ciento empezó entre los 12 y los 15 meses, un 11 por ciento entre los 16 y los 20 meses, mientras que un 9 por ciento entre los 21 y los 24 meses.
Un 16 por ciento de los niños empezaron la escuela infantil recién en el último año del primer ciclo de infantil, entre los 2 y 3 años. El motivo principal por el que los padres consideraron que empezaran en esta etapa fue para que estén con otros niños de su edad.
Por cierto, la segunda razón más importante por la que los niños empiezan la escuela infantil (30 por ciento) detrás de la incorporación de mamá al trabajo (34 por ciento). Sin embargo, sólo en un 2 por ciento de los casos el motivo fue la incorporación de papá al trabajo con lo que podemos ver lo desequilibrada que está la balanza en este sentido.
Otros de los motivos fueron que no hay ninguna otra persona, aparte de mamá y papá, que pudiera cuidarlo (13 por ciento), mientras que otros (4 por ciento) lo hicieron para preparar al niño para la escuela “de mayores” y muy pocos (sólo el 1 por ciento) porque trabajan en casa pero no pueden cuidar al bebé.
De todos los encuestados, un 16 por ciento ha respondido que su bebé no ha ido a la escuela infantil. Consideran preferible que el niño esté al cuidado de sus padres, abuelos, familiares o cuidadores sin asistir a la guardería.
Los resultados han sido lo esperable, un reflejo de lo que vemos en nuestro entorno. Que la mayoría de los niños empiece la escuela infantil antes del año es consecuencia de la pésima política de conciliación laboral que impide que quienes lo deseen puedan estar más tiempo en casa con sus hijos durante los primeros tres años.
Foto | Scott & Elaine van der Chijs en Flickr
En Bebés y más | Resultados de la encuesta: la mayoría de los bebés van a la escuela infantil, ¿En la guardería o en casa?
Gripe en los niñ@s
Es normal que en los meses invernales se disparen los casos de gripe en los niños. La gripe es una infección vírica que afecta principalmente a las vías respiratorias y se contagia fácilmente, siendo los niños pequeños principales transmisores del virus.
Si bien sus síntomas son fáciles de tratar, hay que tener especial cuidado con los más pequeños pues tienen mayor riesgo de desencadenar complicaciones como una infección de oído, bronquitis o neumonía.
Este año no se habla tanto de la gripe como el año pasado, cuando saltó la alarma por el virus de la gripe A (H1N1), sin embargo el virus circulante es en gran medida el mismo y nadie se asusta tanto.
Los síntomas de la gripe en los niños
Fiebre alta (más de 38,5 grados), dolor de cabeza, tos y mocos (al principio tos seca y congestión que luego evoluciona en tos productiva), en algunos casos pitidos al respirar (sibilancias), malestar general, dolor muscular y a veces también dolor abdominal acompañado o no de vómitos. Es frecuente en los niños que haya pérdida de apetito e irritabilidad.
¿Por qué los niños se contagian tan fácil la gripe?
El virus de la gripe se contagia a través de pequeñas partículas que el enfermo expulsa al toser, hablar o estornudar, por las manos o a través de objetos que hayan sido contaminados con el virus, como un juguete o una toalla.
Los niños pequeños son grandes transmisores de la gripe pues al infectarse eliminan una gran cantidad de virus y por un período de tiempo más prolongado que los adultos.
Las guarderías son un foco de infección, ya que durante los meses de invierno es muy probable que el virus esté constantemente activo. Los niños comparten utensilios, vasos, juguetes que van de mano y muy probablemente de boca en boca… En ámbitos donde conviven varios niños
Tratamiento de la gripe en los niños: qué hacer y qué no hacer
Al ser un virus, la gripe no tiene tratamiento, pero sí se pueden aliviar los síntomas hasta que remita por sí sola. La fiebre se trata con antitérmicos que ayudan también a aliviar el malestar, para lo demás reposo, mimos y líquidos calentitos.
En ningún caso se deben administrar antibióticos en caso de gripe. No sirven de nada, salvo en caso que haya complicaciones y siempre bajo prescripción médica. Es sabido que la gripe se cura en una semana con antibióticos o en una semana sin antibióticos.
Tampoco se debe administrar nunca aspirina o medicamentos que contengan ácido acetilsalicílico, ya que se lo relaciona a la aparición del Síndrome de Reye, enfermedad grave que se produce con frecuencia en niños.
Conviene estar alerta a los síntomas que pudieran dar indicios de que la gripe se ha complicado como por ejemplo: fiebre muy elevada y persistente, erupción en la piel y dificultad para respirar. Ante cualquiera de estos síntomas es conveniente acudir al pediatra.
Igualmente, hay que procurar evitar el contagio en niños con enfermedades cardiacas, pulmonares, inmunodeficiencias o trastornos hematológicos.
Los síntomas de la gripe suelen desaparecer a la semana, aunque la tos y los mocos pueden persistir durante quince días.
¿Vacunarlos o no contra la gripe?
La Asociación Española de Pediatría viene durante años institiendo en que esta vacuna debería incluirse en todos los calendarios para niños sanos mayores de seis meses (no esta recomendada para bebés menores de 6 meses).
Se recomienda administrarla sistemáticamente a todos los niños que tengan enfermedades de base (oncológicas, respiratorias, cardiacas, metabólicas, renales, asma, etc), aunque tiene el inconveniente de que el virus sufre frecuentemente mutaciones, con lo que hay que readaptar la vacuna cada año para conseguir una mayor eficacia.
Foto | roxeteer en Flickr
Más información | Asociación Española de Pediatría
En Bebés y más | La AEP recomienda vacunar contra la gripe a todos los bebés, Vacunación frente a la gripe ¿conviene vacunar a mi hijo?