miércoles, 19 de noviembre de 2008

El optimista: ¿nace o se hace?

Ser unos padres optimistas es mucho más que ser unos padres alegres y divertidos. El optimismo nos permite ver lo positivo de cuanto nos rodea. Es un hábito de pensamiento que aporta a nuestra familia seguridad y confianza en que los errores, los problemas y las dificultades son oportunidades de mejora, de cambio y crecimiento. Nuestros hijos están en una etapa de constante aprendizaje y de continuas equivocaciones. La actitud que mostremos en estas situaciones será vital si queremos que crezcan con la convicción de que los problemas son oportunidades para crecer y mejorar.


El optimismo tiene que ver con la alegría y el buen humor pero no son la misma cosa. El optimismo es un hábito de pensamiento positivo. El diccionario define el optimismo como la propensión a ver y a esperar de las cosas la parte más favorable.

El psicólogo Martin Seligman ha podido observar en más de 1.000 estudios que incluyen a medio millón de niños y adultos, que las personas optimistas se deprimen con menor frecuencia, gozan de mejor salud y tienen más éxito en la escuela y en el trabajo.
Este mismo autor, basando sus conclusiones en cuatro estudios donde se reunió información de más de 16.000 personas de todas las edades, afirmó que un niño de hoy tiene diez veces más probabilidades de estar deprimido y de estarlo en etapas más tempranas del ciclo de la vida.

El optimismo es, además de un hábito de pensamiento positivo, una cualidad de la inteligencia emocional que se puede aprender (o no), si el entorno lo favorece. En la obra de L. E. Shapiro La inteligencia emocional de los niños, encontramos una serie de pautas que los padres podemos seguir para:

ENSEÑAR A UN NIÑO A SER OPTIMISTA

  • Debemos reconocer cuál es nuestra tendencia habitual de pensamiento y ejercitarnos en lo positivo si observamos la tendencia contraria. Los padres somos modelos de conducta y nuestros hijos copian y absorben la forma en que nosotros enfrentamos los problemas. El optimista considera que los acontecimientos positivos y agradables ocurren habitualmente y que los contratiempos son sucesos puntuales y superables en mayor o menor medida. La persona con un pensamiento habitualmente positivo, pone los medios para lograr que las cosas buenas sucedan.

  • Tenemos que cuidar mucho la forma en que corregimos a los niños. Tener un hijo optimista es casi tan bueno como tener un padre optimista. Un padre optimista ve en los problemas con los hijos oportunidades para fortalecer la relación y crecer juntos en vez de verlos como situaciones irritantes y exasperantes. Veamos la actitud de un padre optimista y la de un padre pesimista frente a un mismo hecho:

    El hijo ha olvidado su bolsa de deporte en casa a pesar de que le habían avisado repetidamente de que la cogiera y él sabía que en el colegio tendría problemas si se presentaba sin el equipo deportivo.

    1. Estilo de padre optimista (al regresar el niño de la escuela):
      P: ¿Qué tal te ha ido hoy?
      N: No muy bien.
      P: Te has dejado la bolsa de deporte aquí esta mañana.
      (1. Descripción concreta y temporal del incidente).
      N: Sí, y ¡vaya la que me ha caído en clase! Traigo una nota del profesor para ti.
      P: Déjame ver (lee la nota). Es la cuarta vez en este mes que ocurre lo mismo y el profesor cree que puedes solucionarlo. (2. El padre concreta el problema sin cargar las tintas sobre el error de su hijo).
      Ahora ve a tu habitación y prepara un cartel para poner en la puerta de salida de manera que mañana te acuerdes de coger tu bolsa. Cuando lo hayas terminado preparas tu bolsa y cuelgas el cartel. (3. El niño tiene la oportunidad de reconocer su problema)(4. El padre le ha ofrecido una salida adecuada que le ayudará a resolver por sí mismo la situación).

    2. Veamos ahora una reacción posible de un padre estilo pesimista:
      P: ¡Qué! ¿Ha ido bien hoy en la escuela? (con tono escéptico).
      N: ¡No!
      P: ¿Ah, no? y ¿por qué?
      N: ¡Ya lo sabes, me he dejado la bolsa de deporte aquí! (El tono usado ya ha causado en el niño una barrera comunicativa hacia el padre).
      P: Es que siempre te pasa igual. Mira que te lo he repetido esta mañana. Cuando he visto la bolsa aquí me he puesto furioso. No hay manera de que cambies. Y seguro que el profesor te ha dado otra notita de esas que tanto me gustan, ¿verdad? (El padre no concreta el problema, lo define como general y repetido en el carácter de su hijo con la palabra "siempre". No deja posibilidad de cambio).
      N: Sí.
      P: ¿Lo ves?, tu irresponsabilidad nos hace quedar mal a todos. Sal de mi vista y métete en tu habitación.(Tiene una reacción exagerada y vierte su sentimiento de vergüenza ante el profesor sobre el niño. No concreta el castigo ni ofrece salida. Es una situación que causará demasiada culpa en el niño).

  • Cuando nuestros hijos se expresan en términos pesimistas podemos ayudarles a apreciar los problemas desde una vertiente más enriquecedora y creativa.

    Podemos apreciar cómo nuestra respuesta frente a los conflictos con los niños determina si somos capaces de sacar provecho en bien del niño, mostrándole cómo podemos enfrentar los problemas de forma optimista, o si por el contrario, nuestro hijo saldrá de la situación dañado por nuestras palabras y por una actitud pesimista que no deja salida. Apreciemos que los pasos que nos ayudarán a una mejor corrección serán:

    1. Describir concreta y temporalmente el incidente.
      Utilizar palabras como "siempre", "nunca", "otra vez igual", "no cambiarás nunca", etc. cierra al niño completamente el camino del cambio. Comunica que el padre piensa que el niño no puede corregir sus propios errores.

    2. Concretar el problema sin cargar las tintas sobre los errores.
      La frustración que a menudo surge en nosotros como padres al ver los errores repetidos de nuestros hijos desemboca en mal humor, enfado o ira. Comunicar todos estos sentimientos ya sea abiertamente o a través de nuestras actitudes pone sobre las espaldas del niño una culpabilidad que en muchos casos será desmedida.

    3. Ofrecer al niño la oportunidad de identificar el problema.
      Podemos describir al niño la situación, o podemos ayudarle a que revise lo sucedido sin cargas negativas, sin críticas, de modo que pueda analizar los hechos y sus consecuencias. De ese manera él sentirá que estamos a su lado para ayudarle, no para hundirle más.

    4. Ofrecer una salida adecuada que le ayude a resolver por sí mismo la situación.
      La infancia es, eminentemente, una etapa de aprendizaje. Los padres efectivos responden a los problemas encontrando salidas. Ofrecen a sus hijos posibilidades de solución que permitan el aprendizaje, el crecimiento personal y la mejora.


  • El optimismo es mucho más que un estado de ánimo, es una actitud frente a la vida, es un hábito de pensamiento. El optimismo nos permite ver lo mejor de nosotros mismos y de los demás, poniendo los errores y las imperfecciones en el lugar que le corresponden, sin dramatismos ni juicios exagerados. Lograremos así una educación equilibrada, divertida y sana, que aunque no esté exenta de conflictos sí nos permitirá poner distancia entre lo que nuestros hijos son (personas en crecimiento y constante aprendizaje) y lo que hacen (errar, equivocarse, resistirse, abandonar...).


El optimismo transmite confianza y seguridad. Comunica que estamos seguros de que el cambio y la mejora son posibles si nos esforzamos y nos dedicamos a ello. El pesimismo cierra las puertas al cambio, destruye la autoestima y no permite el avance dado que comunica derrota y negatividad.

Aprender juntos a sacar provecho de los conflictos, las dificultades y los problemas edificará en nuestra familia unos hábitos sanos de crecimiento y superación.




Carmen Herrera García
Profesora de Educación Infantil y Primaria

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